Siempre me llamó la atención comprobar
la cantidad de jóvenes que tomaban por costumbre la ardua tarea de escribir un
diario. Infinidad de veces me planteé iniciar yo el mío, pero algo en mi
interior me decía que las tareas del día a día no eran lo suficientemente
emocionantes o significativas como para irlas plasmando sobre el papel, y dicho
entretenimiento podía llegar a resultar excesivamente tedioso.