El ser humano es increíble,
excepcionalmente increíble; a pesar de ser conscientes de que tenemos el tiempo
contado, nos afanamos, sin mostrar el más mínimo pudor, en adquirir y apilar
todo tipo de bagaje, tanto moral como material, bagaje que se quedará ahí
cuando ya no estemos, incluso que no le servirá a nadie, y todo ese esfuerzo y
tiempo que hemos dedicado a engordar nuestro particular tesoro parecerá vano
ante la facilidad con que alguien lo liquidará sin el menor escrúpulo.
Yo estoy seguro de que este proceder
recopilatorio, tan habitual en el ser humano, vuelve a ser el producto de esa
“sana obsesión” que tenemos por dejar nuestra impronta a todos aquellos que
vengan detrás; que alguien llegue a preguntar un día del lejano futuro quién
hizo, o construyó o conservó o plasmó, esto o aquello, y que otro alguien
aporte nuestro nombre como contestación.
Aunque no lo exterioricemos, por norma
general, todos deseamos ser recordados, y recordados por algo bueno, por
pequeño que haya sido nuestro logro o nuestro hecho. Aunque no cabe duda, pues
así lo demuestra la experiencia continuamente, que aquellos que más son
mencionados son, precisamente, los que más daño han hecho al resto de la
humanidad o a la propia Naturaleza.
Hay un dicho por ahí que reza: “a tal
persona le encanta que hablen de ella, aunque sea para mal”, y bien de veces
que lo habremos escuchado. Pues, aunque en absoluto resulta ético o moral, es
verídico. Pero bueno, somos muchos, y muchos por cada generación que va
pasando, y en la “Honorable Lista de los Recordados”, no hay sitio para tanto
nombre.
Podemos estar seguros de que caminamos
por la vida como cualquier otra persona, yendo siempre con prisas a todas
partes, acelerados, esquivando vanos entretenimientos, quebrándonos la cabeza
para encontrar el orden más idóneo que nos permita lograr concluir el mayor
número de aquellas tareas que cada día te impones, o te imponen (compras,
gestiones, reparaciones, llamadas telefónicas…), cuya resolución supone, por lo
general, una inversión de tiempo, de nuestro preciado tiempo, superior al que
realmente podemos dedicar; y esto se
repite semana tras semana. Te pasas los meses decidido a que el que comienza te
cunda mucho más que el que se termina, y, cuando quieres darte cuenta, se ha
pasado otro año más que deja al descubierto la triste evidencia de que el
balance de asuntos zanjados y pendientes vuelve a decantarse del lado de los
segundos.
Pero, a pesar del poco tiempo de que
disponemos, es increíble la cantidad de cosas que somos capaces de hacer,
aunque sólo trasciendan para nuestro pequeño círculo familiar o social, que
suele ser lo más habitual. No hay día que pase sin que digamos un buen número
de veces “me falta tiempo para hacer tal o cual cosa”, “ahora no tengo tiempo
para iniciar esto o aquello”, “el día de hoy no me da de sí para ir a tal o
cual lugar”, “si el día tuviese un buen puñado más de horas…” o incluso “si no
tuviese la necesidad de dormir…”, pero nada, es imposible; vivimos saturados
con miles de pequeñas obligaciones, de las que, me atrevería a decir, el 50%
nos las imponemos nosotros mismos sin una verdadera necesidad. Pero es que nos
encanta vernos, y que nos vean, enormemente laboriosos y atareados. (Continuaré)
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